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Cristianos Ocultos: El 150 aniversario de un asombroso descubrimiento

Cristianos Ocultos: El 150 aniversario de un asombroso descubrimiento

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Autor:
Padre Barry Cairns

Hace ciento cincuenta años, una mujer japonesa venerable susurró estas palabras a un misionero francés el Padre Bernard Petitjean en una iglesia de nueva construcción en Nagasaki el 17 de marzo 1865: “¡Tenemos el mismo corazón que usted!” Y esa frase trascendental introdujo un capítulo único en la historia de la Iglesia, anunciando la existencia de cristianos japoneses ocultos después de más de dos siglos.

Aquí está la historia. San Francisco Javier llegó al Japón como el primer misionero cristiano en 1549. Él y los otros misioneros que le siguieron tuvieron gran éxito. Fue un período de notable crecimiento, hasta 300.000 japoneses fueron bautizados y la Iglesia fue creciendo al ritmo de 5.000 a 6.000 conversos en un año. En la cima de esta “era cristiana”, la población de Nagasaki de 40,000 personas fue casi totalmente cristiana.

Pero un cambio radical llegó con sorprendente rapidez el 27 de enero de 1614. En ese día, después de haber consolidado su poder, Tokugawa Ieyasu publicó un decreto declarando, “Japón es el país tanto de los dioses sintoístas y Budistas, y declaró al cristianismo, como su enemigo, y un peligro para la nación que debía ser erradicado”. El proceso de presionar a los cristianos japoneses en el cumplimiento de este decreto se puso en marcha. Veinticinco años más tarde, los últimos sacerdotes fueron expulsados o ejecutados. Los cristianos japoneses restantes se quedaron por su cuenta, sin sacerdotes. Esta situación se prolongó durante 226 años. Durante todo ese tiempo, a pesar de una persecución cruel y exhaustiva, miles permanecieron fieles a Jesucristo.

¿Cómo se las arreglaron para hacer esto? Cuando los últimos misioneros iban a ser detenidos o desterrados, ellos prepararon a sus congregaciones. Fundaron cofradías y animaron a grupos a reunirse para la oración y el estímulo mutuo en la fe. Los misioneros jesuitas, por ejemplo, fundaron la Cofradía de María, los franciscanos la Cofradía del Cordón, y los dominicanos la Cofradía del Rosario. Todos habían establecido oraciones y prácticas; todas se basaban en las palabras de Jesús: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.” (Mateo 18:20)

En cada una de estas comunidades secretas, se eligieron cuatro líderes. Había el líder general o “chokata,” que era el custodio del calendario de la Iglesia, con sus tiempos litúrgicos y días de fiesta. Los otros líderes eran el Bautista, “mizukata” – literalmente persona agua; el catequista, el “oshiekata” – persona que enseña, y el notificador, “kikikata”. Esta última persona informó a los miembros del grupo cuándo y donde se iban a celebrar las reuniones secretas de oración.

Estas comunidades subterráneas mantuvieron y transmitieron diversos objetos para recordarles su fe. Por ejemplo, una estatua de Buda tendría un doble fondo que contenía un crucifijo. Una estatua de Kannon, la diosa budista de la misericordia, que a menudo se representa con un niño en sus brazos, se utilizó para recordarles a la Virgen María. Yo personalmente he visto espejos de metal pulido con cruces trazadas en su lado brillante. Debido a que este lado iría a la pared, la cruz permanecería oculta. A veces, un objeto redondo simple – como una piedra redonda – se utilizó como símbolo de la Santísima Virgen María; la palabra japonesa para redondo “Marui,” es similar a María.

Una familia que conozco atesoran una pequeña piedra que se había encontrado en una playa por uno de sus antepasados. La piedra tiene un agujero en el centro y en el reverso, tres hendiduras naturales. La consideraban la “piedra Trinidad” de la familia.
Tablones de anuncios que prohibían el cristianismo y que ofrecían recompensas por traicionar a los cristianos a las autoridades fueron publicados en todo el país. En las etapas iniciales de la persecución, los cristianos detenidos fueron torturados y, si no se retractaron, fueron crucificados, decapitados, o quemados vivos. Pocos se retractaron en cara a la violencia. Por el contrario, tenían ganas de ir al “paraíso”. Así que una tortura más insidiosa fue ideada para inducir una negación verbal de Cristo. Esta tortura fue llamada el “ana-tsurushi.” Un presunto cristiano fue colgado boca abajo sobre un pozo. El cuerpo fue fuertemente atado para frenar la circulación de la sangre; un pequeño corte se hizo en la cabeza, y así la muerte vendría lentamente. Una niña sufrió catorce días de agonía. Otros, incluyendo a sacerdotes extranjeros y japoneses, se rindieron por el dolor insoportable y dieron una retracción verbal. Hay registros documentados de 4,045 mártires que no se rindieron.

Durante estos siglos de persecución, Japón estuvo cerrado (aún más cerrado que hoy la actual Corea del Norte) a los forasteros. Bajo pena de muerte, a ningún japonés se le permitió viajar al extranjero, y a ningún extranjero se le permitió entrar. Raras excepciones fueron los comerciantes holandeses a los que no se les permitió entrar en el suelo sagrado de Japón, sino en una isla artificial en el puerto de Nagasaki conocida como Dejima.

A través de estos comerciantes, los rumores de la existencia de las comunidades cristianas y su continua persecución encontraron su camino hasta llegar a Roma. Los Papas mostraron una preocupación constante y con frecuencia pidieron a Sociedades Misioneras de intentar entrar en el Japón. Todos los esfuerzos fracasaron, y misioneros fueron asesinados.

En 1853 el capitán Matthew Perry con cuatro barcos de la Armada al vapor de Estados Unidos arribó en Edo (Tokio) Bay con una carta del presidente Millard Fillmore al sucesor de Tokugawa Ieyasu, el Shogun Tokugawa. Los Estados Unidos solicitaban amistad y comercio. Un año más tarde, a través de la persistencia del Cónsul de Estados Unidos, Townsend Harris, se firmó un tratado. Gran Bretaña, Francia y Rusia también firmaron tratados. Pero las puertas del país no fueron exactamente abiertas; los extranjeros debían ser confinados a áreas de concesión en Yokohama, Nagasaki, y Hakodate. Los términos de los tratados permitieron a estos países a establecer capellanías dentro de estas concesiones. Ningún japonés podía entrar. La persecución aún estaba viva.

La iglesia que se construyó en Nagasaki sigue en pie de forma destacada en la colina Oura. Aquí fue donde la partera cristiana Elizabeth Tsuru dijo al Padre Petitjean, “Tenemos el mismo corazón que usted”. El sacerdote asombrado recibió otra pregunta, “¿Tiene una estatua de María?” Él le mostró una estatua de María con el niño Jesús en brazos. Otras preguntas siguieron para determinar si este hombre era un verdadero sucesor de los “bataren” o padres de la época de sus antepasados. “¿Usted honra al gran jefe en Roma?, ¿Es usted casado?” Ellos ya habían visitado una iglesia protestante donde el ministro les presentó a su esposa ¡y nunca regresaron!

Elizabeth Tsuru reveló al Padre Petitjean que había 1.300 cristianos clandestinos en el pueblo vecino de Urakami. También explicó algunas de sus costumbres. “Hace unos días, entramos en ‘la temporada triste’ (Cuaresma. Recuerden que fue a mediados de marzo). Celebramos el nacimiento de Jesús en el día 25 del mes frío. “En los meses siguientes, casi 20.000 cristianos ocultos se habían declarado en Nagasaki y las islas periféricas de Goto, Amakusa, y Madara. Cuando la noticia de esto llegó el gobierno central, la persecución se intensificó. Sacerdotes misioneros visitaron las comunidades en secreto. Como los números se multiplicaron, los sacerdotes formaron ayudantes para instruir y apoyar a las comunidades.

En aquel momento Japón estaba en agitación política. La familia Tokugawa que había gobernado durante 250 años vivía en Edo (ahora Tokio). El Emperador, una figura sin poder, vivía en la lejana Kyoto. En 1867, el Shogun Tokugawa fue depuesto, y el emperador restaurado.

Los poderes detrás esta restauración imperial fueron las familias poderosas y las casas comerciales. Estos eran ultra-nacionalistas y utilizaban la religión sintoísta como su instrumento. Al principio incluso rechazaron el budismo y declararon el sintoísmo como la religión del estado. La ley dijo que “para ser un verdadero ciudadano japonés en lealtad al emperador divino, debían seguir el camino de los dioses Shinto”. Los tablones de anuncios que prohibieron el cristianismo fueron publicados nuevamente en cada pueblo. Hubo una renovación de las ejecuciones y el exilio. En enero de 1870, 2,810 cristianos de Nagasaki, hombres, mujeres y niños, fueron cargados por la fuerza a los barcos y exiliados a 21 áreas distantes de Japón.
Los cónsules norteamericanos, británicos y franceses protestaron. “Estamos seriamente protestando contra el trato a los cristianos.” La protesta fue ignorada.

En diciembre de 1871 una nutrida delegación de funcionarios japoneses, liderados por el ex ministro de la derecha (el primer ministro) Iwakura emprendió una gira por los EE.UU. y Europa para celebrar tratados y promover el comercio. La prensa internacional había relatado las persecuciones en detalle. En los Estados Unidos fueron recibidos con frialdad. En Gran Bretaña, Francia y Bélgica, la recepción fue aún más gélida. En Bruselas, cuando carros de la delegación japonesa pasaron, las calles estaban llenas de personas que exigían la liberación de los cristianos. Iwakura telegrafió a su gobierno: “esta delegación va a terminar en un fracaso si continúa la persecución de los cristianos.” En febrero de 1873 la persecución de los cristianos terminó oficialmente. Los tablones de anuncios anti-cristianos fueron derribados y exiliados que aún estaban vivos fueron repatriados.

Por supuesto, se necesita más que un decreto del gobierno para cambiar las actitudes de los funcionarios menores y del público en general. Especialmente durante la guerra del Pacífico, la discriminación contra los cristianos fue rampante, pero después fue desapareciendo. Hoy en día, a pesar de que la bomba atómica de Nagasaki tuvo su epicentro cerca de la zona católica de Urakami, las iglesias en Nagasaki, el Goto, Amakusa y las Islas Madara  vibran de fe.

El Padre Columbano Barry Cairns vive y trabaja en Yokohama. En la década de 1960 fue párroco en Sakitsu en la isla Amakusa donde la comunidad descendió en gran parte de los cristianos ocultos. El recogió muchos artículos utilizados por los cristianos ocultos y creó allí un pequeño museo visitado por muchos peregrinos y turistas hasta el día de hoy.

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