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Escrito por: Yuan Fuei Liao Fuente: Revista Alabanza En una casa de retiros colgaba un cartel con un dibujo sobre Caperucita Roja. Se veía a la abuela recostada en la cama. Caperucita, decía: «Abuelita, ¡qué ojos tan grandes tienes!» Respuesta de la abuela: «Son para… ¡escuchar mejor!» Entonces miré con más atención y vi que […]
Escrito por: Yuan Fuei Liao Fuente: Revista Alabanza En una casa de retiros colgaba un cartel con un dibujo sobre Caperucita Roja. Se veía a la abuela recostada en la cama. Caperucita, decía: «Abuelita, ¡qué ojos tan grandes tienes!» Respuesta de la abuela: «Son para… ¡escuchar mejor!» Entonces miré con más atención y vi que […]
Más que palabras: «La Palabra»
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Una vida saludable
Escrito por: Yuan Fuei Liao
Fuente: Revista Alabanza
En una casa de retiros colgaba un cartel con un dibujo sobre Caperucita Roja. Se veía a la abuela recostada en la cama.
Caperucita, decía: «Abuelita, ¡qué ojos tan grandes tienes!»
Respuesta de la abuela: «Son para… ¡escuchar mejor!»
Entonces miré con más atención y vi que la abuela estaba ¡leyendo la Biblia! Entendí el mensaje: si quiero escuchar a Dios, leo la Biblia. Ojos para escuchar.
Nuestro Dios no es mudo. El nos habla. Nosotros le escuchamos. El cristianismo es la religión de la Palabra viva de un Dios vivo, «no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo» (san Bernardo).
El Señor se comunica con nosotros con diferentes lenguajes: nos habla con la naturaleza (su creación), nos habla a través de los acontecimientos, nos habla en la intimidad de nuestro corazón, nos habla usando personas con el don profético en la Iglesia… y nos habla especialmente por medio de su Hijo Jesús, cuyas palabras son recogidas en la Sagrada Escritura. Cristo es la Palabra que se hizo carne (cf. Juan 1, 14).
En la Exhortación Apostólica Postsinodal Verbum Domini, Benedicto XVI afirma: «Puede ser útil recordar la analogía desarrollada por los Padres de la Iglesia entre el Verbo de Dios que se hace “carne” y la Palabra que se hace “libro”… Así como el Verbo de Dios se hizo carne por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María, así también la Sagrada Escritura nace del seno de la Iglesia por el mismo Espíritu» (VD 18 y 19).
Con un juego de palabras, me gusta decir que Jesús es la Palabra encarnada y la Biblia es la Palabra
«encuadernada». Toda palabra de Dios es valiosísima, por eso están cuidadosamente recogidas en la Biblia. Lo que Dios quiere decirnos lo podemos encontrar en la Biblia. Y el mensaje es una persona: Jesús (la única Palabra de Dios) que se aplica a nuestra vida de diversas maneras. No se trata de que la Biblia es un libro que habla de Dios, más bien: la Biblia es un libro en que Dios habla. Por eso, las palabras contenidas en ella son tan poderosas y eficaces, porque se trata de la Palabra: Jesús.
Poderosa y eficaz
Se cuenta de un hombre joven que no creía en Dios. Un día, una amiga cristiana le habló de la Biblia y le regaló un ejemplar para ver si, aunque fuera por curiosidad, el hombre empezaba a leer la Palabra de Dios. Esa noche, antes de irse a dormir, con un gesto de desprecio, aquel joven arrojó el Libro en el fuego de la chimenea.
Al día siguiente, el hombre se levantó de su cama. Observó la Biblia quemada: sus hojas se habían convertido en oscuras cenizas. Pero se dio cuenta de que un pequeño pedazo de una página no se había chamuscado: estaba intacto. Se acercó, recogió ese único pedazo no quemado, y vio que estaba escrito:
“¡El Cielo y la Tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán!” (Mateo 24. 35).
Esa mañana, aquel hombre joven abrió su corazón a Dios y recibió el don de la fe: empezó a creer en Jesucristo, ¡la Palabra viva de Dios que no pasará jamás! Así es el poder eficaz del Evangelio: es “fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree” (Romanos 1,16).
La Palabra de Dios tiene tal poder que, cuando la proclamamos, se perciben los signos de la
presencia divina. El P. Emiliano
Tardif, msc, contaba una de sus
experiencias: “El Señor hizo sanaciones
desde el momento de
proclamar su Palabra, antes de
hacer la oración por los enfermos.
Allí entendí que los signos son
acompañantes de la proclamación
de la Palabra y no consecuencia de
nuestra oración”.
La Palabra y tú
La Biblia es el libro más extraordinario
que se haya escrito
jamás. No es un solo libro: es una
pequeña biblioteca de 73 libros que
fue escribiéndose a través de unos
1,500 años, y quedó constituida
hace 21 siglos. Desde entonces, la
Biblia se ha convertido en el libro
más vendido de todos los tiempos,
ha roto todos los records de los
“best sellers”: se han publicado
unos seis mil millones de copias.
Ha sido traducida a más de 2,000
idiomas y dialectos, y el número
sigue creciendo.
Pero lo importante es lo que
significa la Biblia en tu relación
con Dios. La Biblia es como una
larga carta de amor que un Padre
escribe para sus hijos amados. Es
una “carta” que revela el corazón
de Dios. ¿Quieres saber cómo es
tu Padre Dios? ¿Quieres conocer
qué clase de Padre tienes? Lee su
Palabra. La Biblia nos muestra el
rostro de Dios. ¿Cómo buscar el
rostro de un Dios invisible? Descubriendo
a Jesús visible, leyendo
su carta.
Cuando se daña algo del carro
lo llevamos a los mecánicos. Ellos
conocen el “manual del fabricante”
para detectar y reparar los fallos.
Cuando en nuestra vida necesitamos
orientación, acudimos al
“Manual del Fabricante”: la Biblia.
¿Cómo sería intentar vivir sin
tener ninguna instrucción? Dios
nos creó y nos entrega las instrucciones
precisas para la vida. No
necesariamente nos da una regla
para cada pequeña cosa, pero nos
da principios por los que debemos
vivir. Nos ayuda a entender cuál
es el verdadero sentido de la vida.
Con la Biblia podemos saber cuáles
son las direcciones de Dios para
nosotros.
Contemplativos en la acción
No podemos aprender de la
Biblia… si no la leemos correctamente.
Haz el propósito de leer diariamente
la Biblia con el fin de crecer
en tu relación con Dios y con los
demás. Lee directamente la Biblia,
haz tus reflexiones personales y
responde a Dios con tu oración.
Hay muchas maneras de orar
con la Palabra de Dios. Una de
ellas es la Lectio Divina, que se
puede hacer de modo personal o
comunitario. Consiste en seguir
unos pasos dinámicos:
Antes: recogerse, invocar al Espíritu
Santo (nadie interpreta mejor
que el Autor del texto).
Durante: leer un pasaje bíblico
(¿qué dice el texto?), meditar (¿qué
me dice el texto hoy?), orar (¿qué
me hace decir el texto a Dios?),
contemplar (ver a Dios y a la realidad
con la mirada de Dios). Ayuda
mucho no sólo tomar en cuenta el
texto, sino también el contexto (la
cultura judía con sus géneros literarios,
por ejemplo) y el pretexto
(¿para qué se escribió?).
Después: acción. La lectura
orante de la Biblia ha de llevarnos
a un compromiso serio con Dios
en este mundo. Decía Mons. Oscar
Romero: “Yo hago un llamamiento
para que, si de veras somos cristianos
y venimos a ratificar nuestra
fe en la misa del domingo, sea esa
Palabra de Dios como espada penetrante
y que no nos deje tranquilos
hasta en la división del espíritu y
del alma, en las coyunturas más
íntimas del ser, que nos problematice,
que nos cuestione, que no nos
deje tranquilos dormir mientras
no hagamos algo por el Reino de
Cristo y su Evangelio” (homilía, 14
octubre 1979).
Ojos para escuchar… Precisamente
la lectura de la Biblia nos
abre los ojos a la realidad. Leer
la Palabra nos da paz, pero nos
intranquiliza: nos empuja a responder
a Dios, construyendo la
Civilización del Amor.
Unas palabras del beato Juan Pablo
II para resumir: “Alimentarnos
de la Palabra, para ser “servidores
de la Palabra” en el compromiso
de la evangelización, es indudablemente
una prioridad la Iglesia
en el comienzo del nuevo milenio”
(Novo Millenio Ineunte, 40).
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