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En mayo del 1975, mi esposa y yo fuimos invitados por un primo para participar en un grupo de oración. Allí comenzó de nuevo mi vida con el Señor, después de muchos años de separación. A los pocos meses de estar asistiendo al grupo, escuché el testimonio de un sacerdote católico, que cambió toda mi […]
En mayo del 1975, mi esposa y yo fuimos invitados por un primo para participar en un grupo de oración. Allí comenzó de nuevo mi vida con el Señor, después de muchos años de separación. A los pocos meses de estar asistiendo al grupo, escuché el testimonio de un sacerdote católico, que cambió toda mi […]
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En mayo del 1975, mi esposa y yo fuimos invitados por un primo para participar en un grupo de oración.
Allí comenzó de nuevo mi vida con el Señor, después de muchos años de separación. A los pocos meses de estar asistiendo al grupo, escuché el testimonio de un sacerdote católico, que cambió toda mi vida. Él expresó cómo durante sus años en el seminario llegó a odiar a su superior, hasta que un día se dirigió al Señor y le dijo: “Señor, por más que quiero perdonarlo no puedo”. En el silencio de su corazón escuchó estas palabras:
“Entrégamelo para que lo puedas perdonar con mi amor”. Al sentir estas palabras, se dirigió al Señor y le dijo: “Señor, te lo entrego para que yo lo pueda perdonar con
tu amor, ya que no lo puedo hacer por mí mismo”. Al decir esto, recibió la gracia y el amor de Dios para perdonar s su hermano.
Una noche nos reunimos parte de los matrimonios del grupo de oración, para compartir individualmente lo que el Señor había hecho en nuestras vidas. Cuando llegó mi turno, les dije a mis hermanos que me sentía muy contento con lo que Dios ya había hecho y estaba haciendo en mi vida, pero que sentía que aún había algo que tenía que sanar y que no sabía lo que era. Me dijeron: “No te preocupes, que el Señor a su debido tiempo lo sanará”. No nos imaginábamos lo rápido que el Señor me quería sanar. Hicimos un breve silencio y nos pusimos a orar, presentándole al Señor lo que había dicho.
Después de un silencio, uno de los hermanos presentes me hizo esta pregunta: “¿Has perdonado a los que causaron la muerte de tu papá?”.
La pregunta llegó a lo más profundo de mi corazón, y por primera vez en mi vida narré la historia que ahora voy a compartir con ustedes.
El 30 de mayo del 1961 fue abatido en nuestro país, la República Dominicana, el dictador más cruel que haya registrado la historia de nuestra patria: Rafael Leonidas
Trujillo. Gobernó con mano de hierro por treinta largos años, formando una gran red de espionaje nacional e internacional con cárceles y campos de torturas por todo el
país con las más crueles torturas imaginables. Mi padre y mi tío, este último Secretario de las Fuerzas Armadas, estuvieron involucrados en el complot que terminó
con la muerte de Trujillo.
Como consecuencia de ello, mi padre y mi tío fueron tomados presos y salvajemente torturados por los agentes del Servicio Secreto. Mi padre fue despojado de todas sus ropas y torturado en una silla eléctrica, donde se le ponían descargas por todo su
cuerpo y por sus órganos genitales, ocasionándole un gran dolor y sufrimiento. Mi tío corrió una suerte similar, siendo llevado a una base militar donde también fue torturado.
Debido a la presencia de una comisión que vino al país, por parte de la Organización de los Estados Americanos, a investigar las violaciones a los derechos humanos que se estaban cometiendo, mi padre fue puesto en libertad por unos días. La comisión nunca llegó a visitarnos a nuestro hogar, y tan pronto como los hombres que la constituían salieron del país, la policía secreta volvió a buscar a mi padre para llevarlo preso.
Estaba tan maltratado que no podía valerse, después de las torturas, y le teníamos que ayudar para hacer sus necesidades.
Fueron a buscarlo de noche, pasadas las 11:00 p.m. La puerta la abrió la señora del servicio. Pidieron que le entregáramos a mi padre.
Fui hasta ellos y les pedí que me dieran un poco de tiempo para poderlo vestir, ya que no lo podía hacer por sí mismo. Regresé a la habitación después de dejar a mi madre y a mi abuela en la sala. Entré por una de las dos puertas que tenía la habitación, y que quedaba de espaldas a mi papá. Al momento de entrar en la habitación, mi padre sin darse cuenta de que yo estaba detrás de él, tomó el revólver en sus manos y se suicidó frente a mí.
Allí me quedé en estado de choque por varios minutos frente a aquel horrible momento de mi vida, paralizado, sin poder moverme, sin poder gritar, sólo viendo cómo la vida se iba del cuerpo de mi padre sin poder hacer nada. Allí me llené de odio, de rencor, de resentimiento y de un profundo deseo de venganza.
Sólo tenía 17 años de vida cuando esto sucedió. Por muchos años, anduve por el mundo con ese gran odio en mi corazón, armado con un revólver, deseando encontrar a las personas que habían torturado a mi padre para matarlos lentamente y así vengar su muerte.
El odio llegó a enfermarme de los nervios, padecía gastritis y artritis. Caminaba como una bomba de tiempo sin saber cuándo iba a explotar.
Pero esa noche, desde lo más profundo de mi corazón grité a mis hermanos lo que yo nunca había compartido ni con mi madre ni con mi esposa ni con nadie.
Le pedí perdón a Dios y le pedí que me diera fuerzas para poder perdonar todo aquello por lo que había pasado y sufrido tanto. Mis hermanos, junto con mi esposa, se pusieron de pie, me rodearon con cariño e impusieron sus manos sobre mis hombros y mi cabeza y oraron a Dios para que me diera la gracia de perdonar. Dios escuchó nuestra oración y comencé a llorar por primera vez en esos quince años que habían transcurrido desde la muerte de mi padre. Sentía cómo el amor de Dios iba poco a poco inundando todo mi ser y llenándome de una gran paz. Sentía cómo un gran peso salía fuera de mí.
Sentía que en ese momento me despojaba del “saco emocional de cien libras” que durante años cargué sobre mis espaldas. Lloré por espacio de unos treinta minutos y
allí, en presencia de Dios y de mis hermanos, fui sanado por su divina gracia, de todo ese odio y rencor que llevaba dentro, dándome el Señor un corazón nuevo lleno de su amor. Ahora voy por el mundo proclamando el amor infinito de Dios para con los hombres e invitando a todos a perdonar con su ayuda.
José Ramón Román
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