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A principios del año 1977, yo estaba sin trabajo y padeciendo de una fuerte bursitis en el hombro izquierdo. El dolor era tan fuerte que un médico amigo me dijo: «Camilito, debido a la incapacidad que tienes en tu brazo izquierdo a causa de esta bursitis, habrá que ponerte cortisona intra-articular». Yo, que he sido […]
A principios del año 1977, yo estaba sin trabajo y padeciendo de una fuerte bursitis en el hombro izquierdo. El dolor era tan fuerte que un médico amigo me dijo: «Camilito, debido a la incapacidad que tienes en tu brazo izquierdo a causa de esta bursitis, habrá que ponerte cortisona intra-articular». Yo, que he sido […]
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A principios del año 1977, yo estaba sin trabajo y padeciendo de una fuerte bursitis en el hombro izquierdo. El dolor era tan fuerte que un médico amigo me dijo: «Camilito, debido a la incapacidad que tienes en tu brazo izquierdo a causa de esta bursitis, habrá que ponerte cortisona intra-articular». Yo, que he sido durante 23 años visitador a médicos, y que sé lo que es inyectar intra-articularmente, me mostré un poco temeroso ante las palabras del médico, pues una inyección de cortisona tiene sus riesgos y,
además, la aguja que se utilizaba era larga y gruesa. Por cierto, era muy doloroso este tratamiento.
En seguida le hice una pregunta al médico: «Doctor, ¿no puede hacerse un tratamiento oral?». A lo que respondió: «Sí, pero eso dura mucho tiempo y conlleva muchos costos para ti». Yo, confieso, estaba indeciso por lo que le dije médico: «Doctor, por el momento, indíqueme un analgésico y algún ungüento para que mi esposa me dé un masaje en el hombro».
Salí del consultorio del médico amigo muy callado y un poco triste. Sabía que no iba a acoger la recomendación del médico, porque sólo de pensar ponerme una inyección
intra-artícular me provocaba pánico. Por eso, me dije: tomaré mis analgésicos.
El dolor de mi hombro izquierdo era tan fuerte que yo no podía ni levantar un libro desde el suelo.
Mi brazo estaba inutilizado. Había noches en que no podía dormir por el intenso dolor.
Una mañana, mientras Elba, mi esposa, estaba cocinando, yo me encontraba en la sala de nuestra casa viendo un programa cristiano en la televisión.
Precisamente en ese instante, se iba a hacer una oración por los enfermos televidentes. Como yo sabía que ese programa venía grabado, le dije al Señor: «Jesús, tú eres el
mismo de ayer, hoy y siempre, y dueño del tiempo y la distancia, yo quiero hacer para mí hoy esta oración de estos hermanos. Mira cómo tengo mi brazo que no lo puedo ni mover. Por tu gran amor, Señor Jesús, ¡sáname!». Con mis ojos cerrados y de rodillas frente al televisor hice esta oración, con profunda fe en mi Señor.
¿Y qué sucedió? No pasaron ni 15 segundos cuando desde la punta del dedo mayor hasta mi hombro, sentí un «corrientazo».
Sentí como si hubiese metido el dedo en un tomacorriente y hubiese recibido descargas eléctricas. El dolor desapareció por completo y la movilidad de mi brazo se manifestó. Levanté mi mano izquierda y mirando hacia donde estaba Elba, le dije: «¡Vieja, mira mi brazo, me he sanado! ¡Aleluya! ¡Gloria a Dios!». Ella de inmediato llegó a la sala y, unida a mí, hicimos alabanzas al
Señor y dimos gracias a él por haberme sanado, haciéndome testigo de su amor sanador.
Desde ese día, el gozo por mi sanación fue decir a viva voz que «Jesús está vivo». Comencé a sentir una compasión por todos los enfermos, con el deseo de orar por ellos y dar la gloria a Dios. ¡Gracias, Señor Jesús, por haberme sanado de la bursitis y por haberme devuelto la alegría de los sanados! Amén.
Alexis Camilo
Comunidad Siervos de Cristo Vivo
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